Patricia Crespo: La poesía de Tere Irastortza: entre lo pensado y lo indecible. XL Semanal
¿Es la poesía la forma más pura de acercarnos a aquello que invisible talla la esencia del mundo? ¿es la palabra poética el apero con el que labrar el lenguaje para extraer la verdad y el ser? ¿es el poema una forma de interpretar y glosar, conocer y revelar la materia de la que la realidad se nutre y germina? María Zambrano, René Char, Octavio Paz, Maurice Blanchot o Paul Valéry reflexionaron desde unos presupuestos no siempre teóricos sobre estas cuestiones con la intención de arrojar luz sobre aquello inefable que bordea el hecho poético. Y este parece haber sido también el afán de la poesía de Tere Irastortza cuya selección poética, Glosar el mundo (Contrabando, 2024), de la mano de Lola Andrés nos posibilita a los lectores en castellano (existe también una edición bilingüe euskera-catalán) explorar esas anotaciones, que abarcan una trayectoria de más de cuarenta años.
Esta obra se estructura, si bien de una manera cronológica, bajo cinco epígrafes en los que resuena y enraíza un significado revelador: “I. es el miedo, es /noche oscura”: Ser sin ser (1980), Tema y variaciones nocturnas (1983); “II. ¿aquí se queda mudo?”: Hojas (1983), Fábulas de la derrota (1986), Los cantares de Osinberde (1986), Devocionario irreverente o manual para uso en transporte público (1994); “III. ¿cantos?, cuenta / las veces”: Son sin nombre. Cantares de un embarazo pleno (1997), Glosas. Sobre lo que ya se había dicho (2004), Y ahora lo sé (2011); “IV. números son /lumbre:” Llenabais el mundo (2022), Son nueve, los pájaros (2023); “V. si perdura infinito, así”: Poemas inéditos en libro. Se desvelan de este modo sus coordenadas de escritura, configurando un mapa donde miedo, silencio, maternidad, metapoética, oralidad o traducción urden esa cadencia de significación trenzada en el devenir de los años sobre la que la poeta va y viene ahondando y ampliando su sentido. Los minuciosos apuntes de Lola Andrés, en tanto editora y prologuista, dan cuenta del porqué, esclareciendo además las líneas definitorias del estilo poético de Tere Irastortza.
Glosar el mundo es una intuición sobre ese tercer espacio entre lo pensado y lo indecible, que surca la palabra como principio de indagación de la materia, evocando a Tsvietáieva. La reflexión metapoética sobre la escritura se erige en constante y centro de un entramado inacabable, porque la poeta desbroza con cautela “la vereda que conduce al tuétano de los poemas”. Vacía y despoja con lentitud palabra y significado, los cuales regresan indemnes y oferentes de un mundo ya nuevo en cada libro, siendo la voz de Szymborska la que resuena cuando la realidad exige a la vida continuar. Y en el envés de la palabra el silencio:
La función del lenguaje no es tanto nombrar lo tangible y visible sino crear, desanudando con ello la misma existencia y ser: “Existo, ciertamente, / pese a haber deseado mantenerme en el núcleo de la imposibilidad/ de ser”. Con un registro, en ocasiones, aforístico, Tere Irastortza se afana por señalar lo indiscernible en una ontología propia sobre el mundo, mientras la lengua poética primigenia, el euskera, es la llave epistemológica a través de la cual se descubre aquel. Llegamos al mundo por la palabra que refracta en sí un universo conceptual e íntimo:
Y porque esa palabra emerge del cuerpo, “Escribimos con todo nuestro cuerpo / en cuerpos de mujer”, la necesidad de hacer territorio y frontera el propio cuerpo femenino, más allá y no sólo en la maternidad, esboza una imprescindible sororidad, así leemos “Pasajes enciclopédicos sobre sillas” o “Hijos nuestros”. En este sentido, las referencias literarias a las que recurre en esta selección son, las ya nombradas, Tsvietáieva y Szymborska. También para el tiempo el cuerpo se convierte en linde que bordear. Cual Cronos, se apropia del mismo para darle una entidad propia, porque en su voz es un pliegue en el lenguaje donde el poema se abre:
Puesto que tiempo y espacio no cohabitan como ejes ni dimensiones, en el poema se sostiene aquello impermanente y etéreo, por ello a través de la palabra concita y convoca al miedo y la soledad para exorcizarlos de sí, un miedo del que, encadenando en el pasar de los años su poesía, va despojándose con lentitud tras desenmascararlo: “Será que hemos aprendido que amarra más el temor que el destino (…) que no es el temor lo que nos acobarda / sino la resistencia al aceptarlo”, pero “el dolor no cede y fragmenta el tiempo”.
El estilo de Tere Irastortza hibrida un lenguaje sencillo con el científico y filosófico, resonando ese mundo que trata de glosar a partir de un abanico de figuras retóricas, las cuales manifiestan la labor artesanal de los versos, huyendo de las manidas metáforas. Quizá destacaría el magistral uso de la amplificación, prolongando las sensaciones en una progresiva y enriquecedora escala; así también el polisíndeton, la acumulación, la epizeuxis o los diálogos, entre muchos otros, siendo ello un reflejo de esa preocupación por el lenguaje y la capacidad creadora de éste que toda su poesía persigue. Sin duda alguna, es una celebración la traducción de esta poeta, finalista del Premio de la Crítica de poesía en Euskera en dos ocasiones, cuya aportación como traductora al euskera de grandes voces poéticas es incuestionable. Su poesía no es como esa “luz que parece llegar agotada” de la tarde, sino aliento, profecía y destino, para entender e interpretar, para desnudar y enunciar aquello que la poesía como semilla esconde, lo indecible e inaprensible del hecho poético. “La memoria era el atributo de los dioses/ y olvidarlos nuestra defensa”, aunque seamos simples mortales.
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Autora: Tere Irastortza. Título: Glosar el mundo/Glosak. Selección de poemas 1980-2023. Editorial: Contrabando. Venta: Todos tus libros.