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Llenabais el mundo (Mundua betetzen zenuten). Tere Irastortza Garmendia. Olifante. Bilingüe.

Olifante Ediciones de Poesía nos presenta, impreso en euskera y castellano, Llenabais el mundo, de Teresa Irastortza. Con palabra serena, se abre a nuestra lectura una obra de madurez en la que un yo “en tránsito” contempla —pleno de su experiencia y sus pérdidas— la vida desde la linde del camino, un yo que abre el poemario con las retinas machadianas llenas del “mar, azul celeste./ ¡El cielo, marino!” y que lo cierra con un “azar con sentido”, expresión en la que resuena ese azar objetivo engeliano del que Octavio Paz —en El surrealismo de Víctor García de la Concha— acotara como «una forma paradójica de la necesidad, la forma por excelencia del amor: conjunción de la doble soberanía de la libertad y el destino”. Y es que libertad y destino están presentes en el sustrato poético de estos poemas y del amor que en ellos se guarda. Este libro nos habla de frente, sin remoras ni tapaduras, llevando unidades de sentido completas en renglones sintagmáticos en los que se busca el eco de otra voz fuera de sus páginas a través de la interpelación a otra presencia fuera de la escritura —el lector o el alma al que se destinan los versos—, diálogo con el que la cercanía entre autora y lector se estrecha.

Irastortza despliega sus versos sobre la brevedad del “siempre” abriendo “un tercer espacio” entre “lo pensado y lo indecible”, habla en un presenta que avanza de la mano de un pasado que lo acompaña por dentro, que tinta en mate la instantánea que contempla, que aroma el paisaje en el que la visión se instaura como forma de nombrar lo que nos es más querido, lo que tiene un significado propio y que, por eso, debemos traducir para los otros, para poder compartir ese idioma común de lo sensible, lo cotidiano: aquella intimidad que conforma una vida, cualquier vida, y que se levanta ante el paso del tiempo como identidad; pues el yo es lo que éste ha vivido y amado. Pronto descubriremos el duelo en esta escritura en la que se siente “cargada de hermosura la levedad” de la palabra, de la existencia. Nos descubre que “un velo media entre lo visible y lo invisible”, propone una voz que es tacto en las yemas, dedos que buscan ese límite velado —pero evidente—, palpación que es escritura sobre la hoja en blanco desde la ausencia de los seres queridos y que pretende “sajar ese cielo/ para sacaros de sus entrañas”. También nos recuerda que la muerte no sólo nos priva del amor que recibimos del ser amado, sino que corta el torrente de nuestro amor, un afecto que se embalsa en nuestro interior, que desborda en el luto de nuestra mirada. Tal vez del mismo modo que en “El loco y la Venus” —de los Pequeños poemas en prosa, de Baudelaire—, encontramos un ser afligido ante el esplendor del sentimiento y de la belleza, una mirada que parece clamar al amor y a la amistad a sabiendas de que, indefectiblemente, nuestro sentir espera alguna respuesta mientras una “Venus implacable mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol”.

En este canto elegíaco la de Zaldivia recuerda también a Szymborska proclamando —como en el poema “La realidad exige…”— “que manifestemos que la vida continúa”. Pero ¿cómo proseguir cuando juzgamos que nada nos queda? Tal vez ella misma convierta en retórica la pregunta al anunciarnos que “el lenguaje inventa el futuro con su felicidad”.

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